La necesidad de construir rápido tras desastres

agua

La lluvia no avisa, y tampoco nos da tiempo para mentalizarnos. Un día estás pensando en memes, en dormir, en si te pides pizza o hamburguesa, y al siguiente hay zonas enteras con agua hasta las ventanas, coches flotando como si nada, tiendas hechas puré y familias sacando barro con cubos porque no queda otra.

Yo no lo he vivido a ese nivel, pero cuando era pequeña y llovía, me levantaba con el agua hasta las rodillas y los regalos de reyes flotando por los pasillos. Y créeme, da mucha rabia.

 

Lo que realmente destroza no es el agua… es el después

El agua arrasa rápido y se va rápido, pero deja un enorme caos y confusión detrás que puede durar días, incluso semanas.

En Valencia no solo se perdieron coches, garajes o muebles. También se perdieron negocios que se habían levantado con muchos años de esfuerzo, álbumes de fotos, herramientas, facturas, medicamentos, diarios, ordenadores con trabajos sin copia, prótesis, documentos, ropa de invierno, camas, cunas…

Pero hay una cosa que no sale en las noticias: se perdió tiempo. Días. Horas. Semanas. Tiempo esperando ayuda, información, una grúa, una respuesta clara, una pala más, un camión menos, una explicación con sentido… tiempo escuchando promesas de ayuda que nunca llegarían.

Las emociones no se perdieron, se potenciaron muchísimo, pero eso no entra en estadísticas, porque nadie puede calcular cuánta tristeza se perdió en un barrio entero, ni cuánta ansiedad se generó con el hecho de no saber si vas a dormir bajo techo, ni cuánta vergüenza ajena produce ver a voluntarios organizándose mejor que el propio estado.

Y ojo, benditos voluntarios. Sin ellos, habrían tardado cinco veces más en volver a la vida, pero no puede ser que la respuesta más sólida ante un desastre sea gente con guantes del supermercado, palas compradas entre amigos y WhatsApps diciendo “¿Quién puede venir mañana?”. La solidaridad salvó la primera semana, pero la improvisación no debería salvar el resto del desastre. Tendría que haber sido el Estado.

 

No estábamos preparados, y seguimos sin estarlo

Si algo aprendimos es que aprendemos lento, porque todos juramos que “nunca más” iba a pasar, pero luego de eso vinieron semanas de titulares rezando por ayuda, debates acalorados exigiéndola, reuniones urgentes para solucionarlo… pero no llegó nada. Y nada, hasta luego, hasta el próximo desastre.

No tenemos comunicación clara. No tenemos protocolos que se activen solos sin depender del caos de llamadas. No tenemos infraestructuras pensadas para los desastres, solo lo tenemos para que los políticos se hagan fotos diciendo: mira, estoy aquí, vine, ¡me preocupé!

No tenemos recursos distribuidos, refugios planificados, cadenas de logística preparadas para entrar a funcionar en 24 horas, ni educación real sobre cómo actuar cuando todo se va al traste.

Y es de cajón: si sabes que hay zonas que se inundan, no pongas ahí cosas importantes, o ten planes preparados para responder en el momento en que sabes que todo se va al carajo. Si sabes que el agua va a cortar carreteras, pues ostias, preparas rutas alternativas para que las personas puedan evacuar antes de que se queden atrapados. Si sabes que la gente se va a quedar sin luz, ten sistemas eléctricos preparados a batería que no dependan de la red eléctrica. Si sabes que las casas quedan inutilizadas, ten soluciones de vivienda rápida listas para montar en días, no en meses. Si sabes que la ayuda tarda… ¡Acércala antes!

La tragedia no fue solo que el sistema falló, fue que falló exactamente donde todos sabíamos que podía fallar, y eso, particularmente, es lo que más me cabrea.

 

El Estado abandonó a Valencia ante el desastre

Lo que pasó es lo que define si un país es fuerte o solo presume de serlo. En Valencia, los primeros días fueron una mezcla de desesperación y falso compañerismo. Las imágenes que más recuerdo no son las de los coches apilados en la carretera, sino la de vecinos gritando desde los balcones a ver quién necesitaba medicinas. Las de gente arrastrando a otros por la calle que ni siquiera conocían porque no podían caminar entre el lodo. Las familias durmiendo en otras casas porque la suya ya no existía. Las de protectoras intentando rescatar animales…

Y luego, la pregunta más básica: “¿Y ahora qué?”. Porque sí, limpias el barro, pero ¿dónde vives mientras? ¿De qué vas a vivir, si tu negocio ya no existe siquiera? ¿Cuánto tarda una indemnización? (Hablemos claro: demasiado). ¿Cuánto tarda una respuesta clara? (Mucho más).

Hubo gente que pasó semanas sin poder volver a la normalidad. Sin colegio. Sin trabajo. Sin nevera. Sin cajero. Sin señal. Sin papeleo resuelto. Sin nada parecido a un “plan B” proporcionado por alguien con autoridad real para hacerlo rápido.

No fue solo el golpe, fue la espera, esa sensación de estar en una sala de urgencias, sin médico, sin hora, sin turno, mirándote las manos empapadas, preguntándote quién toma decisiones y por qué no se notan.

 

Soluciones reales, feas si hace falta, pero reales

No necesitamos informes de 300 páginas, necesitamos cosas que se monten al momento. Viviendas temporales, almacenes preparados antes de que el desastre llegue, kits básicos en puntos clave y una logística tan preparada que funcione mil veces mejor que un reloj.

Una de las cosas que más me hizo pensar fue lo lento que es reconstruir algo desde cero cuando no tienes infraestructura rápida disponible.

Por ejemplo, ¿tanto cuesta contactar AL MOMENTO con empresas, por ejemplo, de prefabricados de hormigón? Podrían ser una solución rápida y segura de conseguir un techo que no depende de un “ya si eso”. Arcobloc, que cuenta con amplia experiencia en prefabricados de hormigón, nos explica que ese tipo de estructuras pueden ser útiles para acelerar reconstrucciones o montar espacios de emergencia sólidos.

Por eso, hago un llamamiento: si algún municipio, organización o cooperativa vecinal está diseñando un plan de respuesta, que sea inteligente y se apoye en las soluciones reales que ya existen. Dejad de poner excusas, es hora de actuar.

 

La reconstrucción ayuda a devolverles la vida

Cuando ya ha pasado lo peor del desastre, es cuando empieza lo difícil. Limpiar no es recuperar: poner un sofá nuevo no reemplaza el que heredaste, pintar una pared no te devuelve los papeles que guardabas en un cajón, y reabrir un negocio no te quita todo lo que has perdido por el agua.

 

La reconstrucción tiene que ser humana, económica, práctica, Y RÁPIDA.

  • Humana: apoyo psicológico real, no un folleto con un teléfono.
  • Económica: ayudas ágiles, sin tener que rellenar formularios que parecen un examen final.
  • Práctica: arquitectos, peritos y permisos que no tarden más que la pena.

 

También es el momento de cambiar cosas que estaban mal de antes

Calles que se inundaban cada año porque “siempre fue así” (como yo, cuando era pequeña y se me inundaba el barrio entero), ya no puede seguir siendo así. Garajes convertidos en trampas. Sistemas de alcantarillado diseñados para 1995. Puentes que nunca se reforzaron. Coches aparcados en ramblas porque no hay otro sitio.

Todo eso no se puede reconstruir igual, porque igual fue el problema. Y hay una parte que casi nunca se dice: la gente también necesita recuperar la sensación de control, la dignidad, la confianza de que, si vuelve a pasar, no estarán solo y contarán con ayuda real. Y eso te lo da un plan real que funciona.

 

Que no se nos olvide la próxima vez

Dentro de unos meses, alguien dirá “aquello de Valencia, qué duro fue”. Y la vida seguirá. Las series, el trabajo, las prisas… hasta que vuelva a pasar en otro sitio, con otro nombre, la misma historia y sin haber aprendido absolutamente nada de nada.

No podemos permitirnos otra vez el ciclo: sorpresa, caos, solidaridad, quejas, promesas, olvido. Necesitamos un ciclo nuevo: preparación, acción, orden, respuesta, mejora, memoria.

Si a tu casa entra agua cada invierno, no dices “ojalá no pase este año”, compras un seguro, cambias la ventana o subes el mueble. Pues como país, como ciudades, como barrios, como calles… nos toca subir el mueble. Literal o no.

Solo hace falta exigir, pero exigir DE VERDAD: a gobiernos, empresas, ayuntamientos, comunidades, a vecinos, a uno mismo… que tomen medidas y dejen de hacer el payaso.

 

Es hora de que cambiemos el método de respuesta y pensemos en nuestros semejantes

Es hora de dejar de fingir que reaccionamos y empezar a actuar como si lo que le pasa al vecino también nos pasará a nosotros. Lo de Valencia no fue solo agua, fue un abandono en toda regla, fue por completo falta de improvisación. Lo insoportable no fue el barro, fue la soledad, gritar pidiendo ayuda y que no hubiera nadie con un plan al otro lado.

No hace falta vivir con miedo, hace falta dejar de vivir. Los problemas no se evitan negándolos, se reducen preparándose. No necesitamos muros, necesitamos mover lo que está en el maldito sitio equivocado. No necesitamos héroes sacándose milagros de los brazos, necesitamos no tener que depender de milagros.

La próxima vez que hablemos de una DANA, ojalá no tengamos que hacerlo con la sensación maravillosa de que supimos reaccionar, y de que los vecinos no estuvieron solos. Eso sería dignidad, y lo otro es poner excusas baratas sobre ruinas.

Y ya hemos tenido mucho de eso…

Etiquetas:

Compartir

Artículos relacionados
Últimos post
Comparte
Facebook
Twitter
LinkedIn
Reddit

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies
Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipiscing elit, sed do eiusmod tempor incididunt ut labore et dolore