El uso continuado de tacones altos puede generar múltiples problemas en la salud de los pies y afectar la postura general del cuerpo. Como podólogo, he visto con frecuencia los efectos negativos que este tipo de calzado puede causar, desde molestias leves hasta deformaciones que requieren intervención médica. Aunque los tacones han sido considerados un símbolo de elegancia y estilo, su impacto en la estructura ósea, muscular y articular de los pies y piernas puede ser muy perjudicial con el tiempo.
Uno de los principales problemas derivados del uso frecuente de tacones es la distribución desigual del peso corporal. Cuando se camina con este tipo de calzado, el peso del cuerpo se traslada hacia la parte delantera del pie, ejerciendo una presión excesiva sobre los metatarsianos, lo que puede provocar dolor e inflamación en la zona. Esta sobrecarga constante aumenta el riesgo de desarrollar metatarsalgia, una afección dolorosa que afecta la base de los dedos. Además, la presión prolongada sobre la parte anterior del pie favorece la aparición de callosidades, durezas y juanetes, que no solo alteran la apariencia del pie, sino que pueden causar molestias severas al caminar.
Otro efecto adverso del uso continuado de tacones es el acortamiento del tendón de Aquiles, siendo este tendón fundamental para la movilidad del pie y su capacidad de flexión. El uso de tacones elevados hace que el tendón permanezca en una posición encogida durante largos periodos, lo que con el tiempo puede reducir su flexibilidad y causar dolor en el talón al caminar descalzo o con calzado plano. Además, esta rigidez puede predisponer a la aparición de fascitis plantar, una inflamación del tejido que recubre la planta del pie y que causa dolor intenso, especialmente al dar los primeros pasos por la mañana.
Más allá de los problemas directos en los pies, el uso continuado de tacones también altera la postura general del cuerpo. En este sentido, desde la consulta de mi clínica Podoavant veo cada día en mis clientas como el cuerpo se ve obligado a modificar su alineación natural para mantener el equilibrio sobre un calzado elevado. En este sentido, la curvatura lumbar se acentúa, lo que puede generar dolor en la parte baja de la espalda. A su vez, las rodillas deben mantenerse en una posición ligeramente flexionada para compensar el cambio de peso, lo que aumenta la tensión en las articulaciones y puede contribuir al desarrollo de artrosis con el tiempo.
Otro aspecto por considerar es el efecto en la circulación sanguínea, puesto que al reducir el apoyo natural del pie y restringir la movilidad del tobillo, los tacones dificultan el retorno venoso, lo que puede favorecer la aparición de varices y problemas de hinchazón en las piernas. La compresión prolongada de los vasos sanguíneos también puede provocar sensación de hormigueo o entumecimiento, signos de que la circulación está siendo afectada.
Si bien el uso ocasional de tacones no suele causar daños permanentes, su uso frecuente o prolongado puede derivar en problemas crónicos que afectan la calidad de vida. Muchas de estas afecciones pueden prevenirse eligiendo un calzado más adecuado, con un tacón moderado y un buen soporte para el arco del pie. Alternar el uso de tacones con calzado cómodo y realizar ejercicios de estiramiento para los pies y pantorrillas puede ayudar a mitigar algunos de sus efectos negativos.
¿Cómo influyen los callos en la elección de calzado?
Los callos son engrosamientos de la piel que se forman en respuesta a la fricción y la presión repetida en ciertas zonas del pie. Su presencia influye directamente en la elección del calzado, ya que un zapato inadecuado puede agravar la molestia o incluso favorecer la aparición de nuevas durezas. Para evitar el dolor y prevenir complicaciones, es fundamental optar por calzado que minimice la presión sobre las áreas afectadas y proporcione un ajuste cómodo y ergonómico.
Uno de los principales aspectos a considerar es el tamaño y la horma del zapato. Un calzado demasiado ajustado comprime los dedos y genera mayor roce en las zonas donde se han formado los callos, intensificando la incomodidad. Por otro lado, un zapato demasiado holgado puede hacer que el pie se desplace dentro del calzado, aumentando la fricción y contribuyendo a la formación de nuevas durezas. Lo ideal es elegir un calzado con una horma amplia, especialmente en la zona de los dedos, para evitar la compresión excesiva.
El material del calzado también juega un papel clave. Los zapatos fabricados con materiales rígidos o sintéticos pueden generar puntos de presión que agravan los callos. En cambio, los materiales flexibles y transpirables, como el cuero natural o tejidos elásticos, se adaptan mejor a la forma del pie y reducen la posibilidad de rozaduras. Además, los zapatos con costuras internas pronunciadas pueden generar fricción adicional, por lo que es preferible elegir modelos con acabados suaves y sin costuras en las zonas de contacto directo con el pie.
Otro factor importante es la suela y la amortiguación del zapato. Un calzado con suela demasiado delgada o dura puede aumentar la presión sobre las zonas afectadas, especialmente en el caso de callos en la parte anterior del pie o en el talón. Optar por zapatos con buena amortiguación y suelas que absorban el impacto al caminar ayuda a distribuir mejor el peso y a reducir la carga sobre las áreas sensibles.
